Susana esperaba

Susana esperaba sentada en el borde del jardín, junto a Paquita. Ernesto estaba dentro de la casa aún, recogiendo las bolsas y chaquetas para la primera salida de la temporada.

Después del largo invierno que la había obligado a permanecer acurrucada en casa, agradeciendo la calefacción encendida, Susana salía ahora a bañarse de sol y eso le producía un placer inmenso.

Unos fuertes toques de claxon anunciaron la llegada de los amigos; con el calor empezaban las aventuras. Siguiendo la rutina muchas veces repetida, subieron a la furgoneta y emprendieron la marcha. Susana medio feliz medio temerosa, deseando que se acabara pronto el viaje, que diera fin el bamboleo que producían las ruedas al sortear, en carreteras imposibles, los baches con piedras que presagiaban resultados catastróficos.

Pero hoy no. Hoy el trayecto era apacible y el camino, recto y suave, permitía un descanso intermitente solo suspendido por la curiosidad de conocer el lugar que se había escogido para la ocasión. Susana abrió un ojo sin querer espabilarse del todo; viajaba detrás de Juani y de Pedro, los cabecillas de la excursión que se reían y bebían cerveza. Conducía Marc, muy serio, era el encargado de llevar a buen fin a sus amigos, sin multas ni accidentes. Ernesto hacía de copiloto y Paquita al lado de Susana la miraba de vez en cuando. Todo estaba bien organizado: con la llegada de las buenas temperaturas empezaba lo mejor de cada año, salidas, paseos, encuentros con gente conocida o por conocer que siempre eran cariñosos con ella… Estaba algo mareada, Susana ya no era joven, sentía que su cuerpo le fallaba a veces. Pero no hacía caso. Lo importante era estar en el grupo de siempre, rodeada de vida y alegría esperando la comida prometida, en un lugar desconocido, salvaje tal vez, con niños corriendo y padres preparando barbacoas apetitosas. En la bolsa de Ernesto seguro había algo especial para ella. Cerró el medio ojo entreabierto y poco después se despertó sobresaltada cuando la furgoneta frenó y se apagó el motor. Se abrieron las puertas y bajaron uno a uno.

  • ¡Bueno, ya estamos aquí! – Dijo Ernesto en cuanto sus pies tocaron el suelo – ¡Ven Susi! ¡Mira que sitio tan bonito, atrévete a ir hasta el borde del camino…! ¡Venga anímate!

Susana, estirándose poco a poco hasta que todos sus músculos estuvieron organizados hizo caso a Ernesto. Sí, desde allí se veía un llano cuajado de árboles frondosos, casi apetecía correr hacia ellos como en los viejos tiempos. Giró su cabeza hacia atrás mirando fijamente al grupo que estaba hablando sin percatarse de que nadie había empezado a bajar bolsas o paquetes. Esperó tranquilamente a que alguien se le aproximara para emprender un paseo largo y sosegado.

  • ¿Creéis que es un buen sitio para Susi? – Preguntó Marc, siempre serio, al resto del grupo.
  • -Mira – Contestó Paquita – Susana ya no puede volver con nosotros, nos mudamos, ya lo sabéis, y tú, Pedro te has negado en rotundo a hacerte cargo de ella…
  • Imposible… No tenemos ni sitio ni tiempo. Allí detrás de aquellos árboles hay varias casas y siendo tan dócil como es Susi, encontrará amigos pronto – dijo con cara muy triste Pedro – me da no sé qué, pero la tenemos que dejar y este es el mejor lugar…
  • Bien… si estáis todos de acuerdo, voy a darle algo de carne picada y trocitos de pan que he traído como consolación… – Paquita se acercó a la furgoneta y revolvió una bolsa – ¡Ven Susi, toma, toma


Susana, Susi para los colegas, meneó su larga cola peluda alegremente, acercándose a Paquita que le ofrecía un algo que olía muy bien y empezó a comer despacio, saboreando el regalo ofrecido por su dueña mientras los compañeros subían rápidamente a la furgoneta, poniéndola en marcha y cerrando las puertas detrás de Paquita que saltó dentro alejándose de la perra vieja y dócil que al terminar la apetitosa ración, se acomodó junto a un ancho tronco caído. Dormiría una siesta al sol.

Anocheció y las temperaturas bajaron rápidamente mientras Susana esperaba.

 

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